viernes, 11 de marzo de 2011

El día que salvé a un colibrí


El eterno verde escarlata yacía en mis manos, falleciendo tras la brisa, en un día con viento, ajeno a los días caniculares de este infierno llamado Cúcuta.

El demonio me había tentado horas antes, quería eliminar los segundos previos y posteriores porque un salvaje llamado humano quería aminorarme, desee volar, pero recordé que el cielo es solo una añoranza para los seres humanos.

Me envolví en placeres audiovisuales, de todo el color que pueda ofrecer la pequeña ventana al mundo que es un monitor, ventana sobresaturada alrededor mío, intento no hilvanarla en pastiche.

Pensé que el sol deseaba devorarme ese día, y solo soplaba el viento, aquel que los pájaros utilizan para planear hacía otras atmósferas naturales.

Decidí invertir un poco del maligno y fugaz dinero en algo de cine, se que algún día abriré esa ventana, arriesgándome a que la visión sea destruida o arriesgándome al arrepentimiento.

Horas atrás intentaba ayudar a una vieja amiga, alguien que amé, sigo amando y se fue volando, pero aún me permite volar en la ensoñación, espero esté bien, espero pueda volar.

El viento me llevaba hacia otros favores, subí escalones, alrededor mío solo carros apostando vidas, manejados por el afán, ¿El afán de qué?

De repente lo vi fallecer, estaba en el suelo al lado de una flor, aquellas que tomamos con las manos y arrancamos de su savia, no pudo escalar esa escalera hacía la polinización y la continuidad, él yacía barrido por el viento, la escena era tan conmovedora que pensé fotografiarla, de repente vi que algo más que el viento lo movía.

Lo tomé, y sus alas intentaba batir, al sobarlo se acomodó en mis palmas, intentando volar y permanecer a la vez, se convirtió en una pelotita escarlata, la cual sostenía en contra del viento.

Un salvaje llamado humano se burlaba de mi acción, no me importaba, me encantaba ver a los niños con la cara de sorpresa que causa detener el vuelo de un colibrí, me sentía afortunado, tenía un colibrí en mis manos, detuve lo indetenible, pero recordé que no lo había detenido, solo lo había hallado, algo superior a él detuvo su travesía.
Al llegar a mi hogar lo posé en una planta, se mimetizó tan bien entre el manto verde, recordando su misión primaria, su pico entró en la alargada flor, y continuó bebiendo la savia que lo alimenta.

Sus ojos previamente cerrados se abrían, nunca se conoce la alegría de los animales, pero eso fue lo que percibí ese instante.

Un sonido familiar, aquel que nos acerca a un patio porque sabemos que un colibrí nos visita retumbó, la inocencia del sonido y los instantes me hicieron pensar que él me llamaba, tal vez a decirme gracias, pero en el manto verde, faltaban los tonos escarlatas.

Observe aquel otro manto con tonos naranja que es Cúcuta cuando el sol no nos castiga, y anhelaba que ese personaje continuara su vuelo, que nadie se burlara de su tarea, que él continuara, que tanto él como yo debíamos continuar.

La vida de un ser yacía en mis manos, recordé todos mis gatos y perros muertos, muchos asesinados después del soplo vital que recibían en casa.

Recordé que la gente es cruel por naturaleza con los animales, que asesinamos la belleza diariamente, que aminoramos todo.

Me entregué al sueño esperando escapar de la supuesta cursilería que causan estos episodios vitales, al menos puedo anotar en algún lugar de mi alma que tuve un colibrí en mis manos, y que, posiblemente, salvé a un colibrí, eso, hermanos míos, es único.

No hay comentarios:

Publicar un comentario